miércoles, 7 de noviembre de 2012

GUÁSINTON. José de la Cuadra.



GUÁSINTON. 
José de la Cuadra. (Fragmento)

Sí; ya lo sabía yo de tiempos: Guásinton era un gigantesco lagarto cebado, cuyo centro de fechorías era el Babahoyo, desd  e los bajos de Samborondón hasta las revesas del puertecillo Alfaro, al frente mismo de Guayaquil. Sabía también, hacía poco, que como uno de esos legendarios piratas que, en los abordajes, perdían las manos bajo el hacha de los defensores, era bizarramente manco. Pero, ignoraba que se había quedado así en un lance heroico, y que su garra perdida era por ello como un blasón hazañoso.
Don Macario Arriaga me refirió la arriscada proeza de Guásinton, donde quedó manco:
-Estaba en celo Guásinton, y venía río abajo, con la hembra, sobre una palizada. Un vapor de ruedas (creo que fue el “Sangay”; sí, fue el “Sangay”) chocó con la palizada. Guásinton se enfureció: figúrense, lo habían interrumpido en sus coloquios; se enfureció y partió contra el barco. Claro: una de las ruedas lo arrastró en su remolino, y no sé cómo no lo destrozó; pero, la punta de un aspa le cortó la mano derecha. Chorreando sangre, Guásinton se revolvió y quiso atacar de nuevo; pero el piloto desvió hábilmente el “Sangay” sobre su banda, y lo evitó. Quienes presenciaron la escena dicen que fue algo extrañamente emocionante. Nadie en el barco se atrevió a disparar sobre Guásinton sus armas, y fíjese que pudieron haberlo matado ahí, sin esfuerzo, a dos metros de él; pero la bravura del animal los paralizó, porque nada hay que conmueva tanto, señor, como el arrojo. Dejaron no más escapar a Guásinton quien fue a juntarse con la hembra en la palizada.
Se aproximaron a nosotros dos individuos que yo no había visto antes. Eran invitados, como don Macario mismo, de la viuda Vargas.

Don Macario me los presentó: -Jerónimo Pita… Sebastián Vizuete… El señor… Y vea, señor, la casualidad: estos también estuvieron en la casería de Guasinton, cuando lo acabamos… Con Celestino Rosado, con Manuelón Torres, con… Éramos catorce, ¿sabe?, la partida. Y anduvimos con suerte: sólo hubo un muerto y un herido. Nada más. Anduvimos con suerte, de veras.
Pita y Vizuete eran cazadores profesionales de lagartos. Amaban su oficio como un culto cruento y salvaje, pero próvido con sus fieles. Para ellos, la verde fiera de los ríos, el lagarto de las calientes aguas tropicales, no era una vulgar pieza de caza, sino un enemigo, a pesar de su fama de torpe, en realidad astuto y, además, valiente. La casería del saurio era para ellos como la lidia del bicho para el torero: un arte que juzgaban noble y digno, y que, a mayor abundamiento, les daba para comer.
Pita y Vizuete, corroborados en ocasiones por don Macario, relataron esa noche hazañas sueltas de aquel héroe fluvial, a quien alguno, se ignora cuándo y por qué, bautizó con el nombre amontubiado del general norteamericano. (No sería, por supuesto, por lo desdentado; ya que el monstruo montubio poseía una dentadura formidable)

Podría llenarse un denso volumen con los hechos singulares de Guásinton, y abrigo la esperanza de que se escribirá ese volumen. Nada tendría de raro, hoy sobre todo lo que se ha dado en la flor de escribir biografías de todo quisque,  y hasta biografías de ríos. Por lo demás, Guásinton se lo merece.
Era un espíritu original el que alentaba en este gigante verde oscuro, acorazado como un barco de batalla o como un caballero medioeval, y que medía diez varas de punte de trompa a punta de cola.
Se decía que era generoso como un buen dios. Entre un caballo que pastara a la orilla y una mujer que lavaba sus ropas en la playa, Guásinton prefería devorar el caballo. Las comadres afirmaban que no lo hacía por gula, sino por compasión, al escoger a la bestia en vez de a la mujerzuela.

Sólo durante las grandes hambrunas Guásinton acometía a las gentes. Lo ordinario era que nadara junto a los bañistas, sereno, poderoso, consciente de su fuerza, sin molestarlos, aparentemente sin advertirlos siquiera. Se satisfacía entonces con los tributos que cobrara a los reseros: cada vez que ellos tenían que pasar ganado de una ribera a otra, ahí estaba Guásinton, llevado por quién sabe qué misterioso aviso, a reclamar sus derechos de señor feudal de las aguas montubias. Se apropiaba de una res, de una res no más, pero de la mayor, siempre de la mayor. Guásinton seleccionaba bien. Y nada hacía ya al resto del ganado ni a los reseros. Ellos conocían la costumbre del saurio, y separaban su res en los negocios:
-Rebájennos un poco en el precio.                                                                                                              
-Decían a los vendedores- para que nos salga más barata la vaca de Guásinton.
La vaca que había de pagársele por el permiso de pasar el río…
Río seguro, después de todo, pues Guásinton no consentía en él competidor alguno: cuando cualquier lagartuelo imprudente, tras la larga siesta de los tembladerales, se atrevía a penetrar en el Babahoyo, Guásinton daba cuenta inmediata de él.

En las or  illas su fama era casi mítica. Había para él una suerte de veneración, muy parecida a la religiosa. Comenzó todo por hacer asustar a los niños con su nombre terrible, y luego el miedo se contagió a los mayores. Como suele ocurrir, de ese miedo se engendró una superstición, y de ésta algo como un culto.
Cuando, entretenido quizás en empresas amorosas, a las que era particularmente aficionado, o simplemente durmiendo el prolongado sueño de su especie, tardaba en aparecer por su zona acostumbrada, las gentes se preguntaban, vagamente inquietas:
-¿Qué se habría hecho Guásinton? Y añadían, ahora temerosas:
-¡Mala seña! Este año va a estar seco el río.
Porque, en la creencia popular, Guásinton, señor de las aguas, las traía consigo.
En ocasiones, Guásinton alteraba sus hábitos antiguos. Ocurría eso cuando las hambres. Entonces, se trepaba a los potreros ribereños y arrastraba a las presas capturadas. Atacaba a las canoas: las volteaba de un coletazo y devoraba a sus ocupantes. Se convertía en un siniestro poder, en una furia desatada.
Pero esto pasaba en breve, y Guásinton volvía  a sus plácidos modos de siempre. Tornaba a gustar de la melancólica música montubia; porque, aun cuando se cree que los lagartos son casi sordos y se guían sólo por el olfato, parece ser que Guásinton oía muy bien y que hasta encontraba en ello un especial encanto.

Dizque en las noches, cuando los pescadores tocaban sus guitarras, mientras conducían su pesca al mercado, Guásinton, como una guardia fiel, seguía a las canoas; y si alguno daba un traspiés y venía al agua, Guásinton se alejaba a todo nado, sin duda para evitarse la tentación de comérselo.
Trece lagarteros experimentados, armados de fusiles de repetición y embarcados en dos canoas de fierro, fueron necesarios para matar a Guásinton. Y ni aun así les fue fácil; porque el animal se defendió tenazmente, y al morir hizo morir con él a uno de sus matadores y malhirió a otro.
Fue don Macario Arriaga quien montó la expedición y quien la dirigió. Cosa curiosa: don  Macario nunca le regateó a Guásinton su tributo de ganado; pero, cierto día Guásinton devoró al perro favorito de don Macario, y éste se decidió a acabarlo. Viene aquí bien aquello de a pequeñas causas
Hubo de procederse con mucho sigilo al formar la expedición, para que no se enteraran de ella las gentes de las riberas, que veían en Guásinton un ser casi sobrenatural.
Con el viejo saurio no valían los cebos. Seguía de largo frente a los cerdos atados a las canoas o a las balsas, tras las cuales se escudaban los fusileros avizores. Se burlaba de la faena del “sombrerito”. Este ardid consiste, como es sabido, en que el cazador, desnudo de busto y munido de un cuchillo se sumerge en lo hondo, dejando flotar en la superficie el sombrero: el lagarto se engaña y se lanza en dirección al sombrero, creyendo que ahí esta el hombre, mientras éste, desde abajo, en un ando veloz, resurge y le clava a la fiera el cuchillo en el vientre una, dos, tres veces, hasta que le alcanza la respiración y el animal se desangra en la hemorragia. ¡Peligrosa la faena del sombrerito! Si la primera cuchillada no es decisivamente mortal, el atrevido perece sin remedio en las fauces del lagarto.
Con Guásinton hubo que emplear otras argucias que las comunes. Se lo vigiló durante varios días, hasta que se supo que solía reposar en cierto estero, pequeño y remansado, pero profundo. Entró en él cierta mañana, y entonces los cazadores taparon rápidamente la boca del estero con una compuerta de maderos y alambres de púas, preparada de antemano.

José Garriel, el más valeroso lagartero que ha existido en el Guayas, se tiró al agua, puñal en mano, a desafiar a la fiera.En principio, Guásinton rehuyó la lucha. Se comprendería metido en una trampa y quiso forzar la salida, rompiendo la parte baja de la compuerta, sin mostrarse en la superficie. Debió herirse en la alambrada, porque, en la boca del estero, el agua se mancho de sangre. Y cuando sin duda fracasó, retrocedió, furioso, contra el hombre.
Carriel lo esperaba, atento, advirtiendo sus movimientos por el fango removido. Se zambulló y lo alcanzó a punzar; pero el lagarto fue más ágil  que él: de un formidable coletazo lo trajo al fondo, con la columna vertebral partida y la cabeza deshecha.
-Alguna bala lo tocará- dijo.
Y sucedió lo asombroso: Guásinton –que bajo el agua era invulnerable tras su coraza de conchas y dada la escasa fuerza de los proyectiles, disparados de tan cerca- saltó a la tierra; y, loco, monstruosamente loco, arremetió contra los hombres. Éstos se desconcertaron ante lo imprevisto, y de ello aprovechó la fiera para llevársele de un tapazo media pierna a Sofronio Morán, que estaba más próximo a sus fauces.
Pero los hombres se sobrepusieron. Sin cuidarse del herido se apartaron, y una lluvia de balas cayó sobre Guásinton.
Para morir, se volteó, vientre al cielo. Agitaba los miembros como si quisiera agarrar.
Abría y cerraba las enormes tapas de sus fauces, y emitía un sordo gruñido aún amenazante.
Se acercó a ultimatarlo don Macario Arriaga. No llegó a hundirle la daga, como intentara: justamente en ese instante el bravío espíritu de Guásinton partía a fundirse en el gran todo…